La desregulación de los mercados y la
globalización han extendido la obesidad. Hasta en países en vías de desarrollo
la dieta está cambiando de una rica en cereales a una alta en grasa, azúcar y
alimentos procesados. Esta epidemia puede tener consecuencias graves para la
salud, como diabetes, enfermedades cardiacas, derrame cerebral y cáncer.
En la
Asamblea Mundial de la Salud en mayo de 2013, los 194 estados miembros de la
Organización Mundial de la Salud (OMS) acordaron el plan de acción mundial para
la prevención y el control de las enfermedades no transmisibles. Uno de los
nueve grandes objetivos del plan es frenar la obesidad, esa epidemia que no
deja de avanzar en los países desarrollados.
Tanto es así que expertos de la OMS
piden a los dirigentes políticos leyes para combatir el consumo de comida
rápida. Según un estudio que publica el Boletín de la OMS, los gobiernos
podrían frenar e incluso revertir la creciente epidemia de sobrepeso y
obesidad, que puede tener consecuencias graves para la salud a largo plazo,
como diabetes, enfermedades cardiacas, derrame cerebral y cáncer. La mano
invisible del mercado continuará promoviendo la obesidad en todo el mundo.
El
trabajo, realizado por un equipo de investigadores con sede en Estados Unidos e
Irlanda, es el primero en examinar los efectos de la desregulación de la
economía, incluidos los sectores de la agricultura y alimentación, y el
consiguiente aumento de las transacciones de comida rápida, en la obesidad a lo
largo del tiempo.
Los autores adoptaron un enfoque nuevo que consistió en tomar
datos sobre el número de transacciones de comida rápida por habitante entre
1999 y 2008 en 25 de países de ingresos altos y los compararon con las cifras
sobre el índice de masa corporal (IMC) en los mismos países durante el mismo
periodo de tiempo, como indicación del consumo de comida rápida. Se considera
que una persona con un IMC de 25 o más tiene sobrepeso, siendo obesa la que
posee un IMC de 30 o más.
Los investigadores hallaron que mientras el número
medio de transacciones anuales de comida rápida por habitante aumentó de 26,61
a 32,76, el IMC promedio creció de 25,8 a 26,4. Por tanto, cada aumento de una
unidad en el número medio de transacciones anuales de comida rápida por
habitante se asoció con un aumento del 0,0329 en el IMC durante el periodo de
estudio.
"A menos que los gobiernos tomen medidas para regular sus
economías, la mano invisible del mercado continuará promoviendo la obesidad en
todo el mundo, con consecuencias desastrosas para el futuro de la salud pública
y la productividad económica", afirma el autor principal, Roberto De
Vogli, del Departamento de Ciencias de la Salud Pública de la Universidad de
California-Davis (Estados Unidos).
El análisis se centra en países de altos ingresos,
pero los resultados también son de utilidad para los países en desarrollo, ya
que "casi todos los países han experimentado un proceso de desregulación
de los mercados y globalización, sobre todo en las últimas tres décadas",
dice De Vogli. Las cifras del IMC también muestran hasta qué punto los
problemas de sobrepeso y obesidad se han generalizado y que, por término medio,
personas que viven en los 25 países analizados tienen sobrepeso o lo han tenido
en los últimos 15 años.
El número medio de transacciones anuales de comida
rápida por habitante aumentó en los 25 países. Los mayores incrementos
sucedieron en Canadá (16,6 transacciones por habitante), Australia (14,7),
Irlanda (12,3) y Nueva Zelanda (10,1), mientras que la subida de estas
transacciones de fast-food fue menor en los países con una regulación de
mercado más estricta, como Italia (1,5), Holanda (1,8), Grecia (1,9) y Bélgica
(2,1).
Los autores descubrieron que la ingesta de grasas animales y el total de
calorías sólo cambió de forma escasa en un periodo de fuerte aumento de la
obesidad. Con datos de la Organización para la Alimentación y la Agricultura de
las Naciones Unidas (FAO), los científicos detectaron que la ingesta de grasas
animales disminuyó levemente de 212 kcal por persona y día en 1999 a 206 en
2008 y que el consumo de calorías subió ligeramente en seis de esos años con
3.432 calorías por habitante y día en 2002 y 3.437 en 2008, a pesar de que la
mayoría de los hombres y las mujeres no necesitan más unas 2.500 y 2.000
calorías al día, respectivamente.
"Este estudio muestra
la importancia de las políticas públicas de hacer frente a la epidemia de la
obesidad", dice el doctor Francesco Branca, director del Departamento de
Nutrición para la Salud y el Desarrollo en la OMS. A su juicio, se necesitan
políticas dirigidas a la alimentación y la nutrición desde varios sectores como
la agricultura, la industria, la salud, el bienestar social y la educación.
"Los países donde la dieta está cambiando de una rica en cereales a una
alta en grasa, azúcar y alimentos procesados deben tomar medidas a fin de que
el suministro de alimentos esté en consonancia con las necesidades de salud de
la población", afirma. El nuevo estudio se hace eco de un cuerpo creciente
de literatura que proporciona pruebas de las medidas que los gobiernos podrían
adoptar para revertir la epidemia de obesidad, impidiendo la difusión de los
productos alimentarios ultraprocesados.
Tomar medidas concretas
Entre estas
medidas se incluyen incentivos económicos para los productores que venden
alimentos saludables y alimentos frescos en lugar de ultraprocesados, así como
subsidios para cultivar frutas y hortalizas, y, por el contrario,
"desincentivos" económicos para las industrias que venden comida
rápida, alimentos ultraprocesados y refrescos, como un impuesto y/o la
reducción o eliminación de los subsidios a los productores/empresas que emplean
maíz para el crecimiento rápido de tejidos, cantidades excesivas de
fertilizantes, pesticidas, productos químicos y antibióticos.
Asimismo,
políticas de zonificación para controlar el número y tipo de establecimientos
de comida, una regulación más estricta de la publicidad de comida rápida y
refrescos, especialmente la dirigida a los niños; normas comerciales que
disuadan de la importación y el consumo de comida rápida, alimentos
ultraprocesados y refrescos; y sistemas de etiquetado más eficaces, sobre todo
para los alimentos ultraprocesados, la comida rápida y los refrescos son otras
políticas que funcionarían.
Fuente: Europa Press
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